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Ser un artista marcial no es fácil: la lucha continúa pero es con uno mismo, es con las presiones sociales que siempre nos dicen que debemos elegir carreras convencionales, es desmitificar al arte marcial y hacer entender a las otras personas que no se trata de patadas y puños: es un arte para la defensa de lo más sagrado, de lo esencial en la vida, es nutrir al espíritu y a la mente con autocontrol y amor profundo al ser humano para no dañarlo (tomando en cuenta que quienes lo practican deben conocer la anatomía y psiquis humana).

 

Ahora mi propósito es que el Wing Chun Kung Fu se difunda más allá de Bruce Lee, y sacarlo a luz pues estuvo mucho tiempo en la oscuridad en China y del mundo; que tome el lugar que le corresponde.


Los artistas marciales no ganamos medallas, nuestros cinturones son símbolos de sacrificio y de batallas constantes contra los estereotipos y contra quienes subestiman lo que hacemos.

 

Pero debo ser sincero, mi búsqueda continúa. Ya encontré al Wing Chun pero sigo buscando la manera adecuada de absorber todo el conocimiento posible y la forma de traspasar esta actividad que ha cambiado mi vida para enseñarla a mis alumnos: mi aporte es entregar mis conocimientos con el corazón abierto.

Mi búsqueda era constante: quería encontrar el arte marcial que llene no solo mis expectativas frente a la eficiencia de la defensa personal, sino que mi espíritu se complemente con un arte que equilibre mi energía: integrar y cultivar cuerpo, alma y espíritu. Practiqué Aikido, Tae Kwon Do, Box, Moui Tae, todos me dieron algo que necesitaba en ese momento, pero no eran los adecuados para mi.

 

En 2010 finalmente encontré lo que buscaba: el Wing Chun Kung Fu. Fue como encontrar al verdadero amor; lo sabía desde lo más profundo. Yo lo conocí por coincidencia en una academia en Argentina y muchos lo reconocen porque es el arte marcial que practicó Bruce Lee en sus inicios. Vi sus películas, me sentí conectado y encontré que existía una escuela certificada internacionalmente en Ecuador.

 

He estado, desde hace seis años, entrenando fuertemente junto a mi maestro Óscar Choco, de Cuenca, y junto a GrandMaster Benny Meng, de China -uno de los más grandes exponentes- de este arte marcial en el mundo. Ahora, soy maestro y también tengo mi propia escuela en Quito, soy cinturón negro y más allá de las técnicas, lo que he querido trasmitir a mis alumnos es la pasión para que encuentren herramientas que les beneficien a futuro; todo llega a su tiempo.

Sifu Gonzalo Tinajero B.

 

Mi espíritu y mi cuerpo siempre fueron inquietos. Era, como casi todos, un niño incansable que buscaba la adrenalina, la acción y las travesuras. A los cuatro años ya aprendí a patinar totalmente solo y ese sería el inicio de mi vida deportiva.

 

En el colegio estuve metido en todas las actividades físicas: fútbol, béisbol, fútbol americano, pero fue con el hockey donde tuve importantes reconocimientos: fui seleccionado para el Ecuador e incluso llegué a ser capitán de la selección juvenil.

 

Pero había siempre había algo que despertaba mi curiosidad: las artes marciales. Y claro, el primer acercamiento que tuve con ese mundo ¡fueron las películas!. Recuerdo aun con la emoción que salí después de ver Kickboxer: yo también quería ser como Jean Claude Van Damme y dar fuertes patadas a un enorme tronco de palma; ser un guerrero inmortal.

 

Desde ahí mi afición creció y veía toda la clase de filmes de artistas marciales y de acción. Fue en cuarto curso cuando me decidí por practicar ese arte marcial y luego, en sexto, me encaminé hacia el Ninjutsu; que lo practiqué en Argentina en mis años universitarios llegando a obtener sexto Kiu.

La lucha real de un artista marcial, es la vida misma

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